En una cultura que celebra la autonomía como una valor para el ser humano, hemos convertido la autosuficiencia en un ideal. Desde la infancia se nos entrena para destacar, para diferenciarnos, para resolver sin ayuda.
Las plataformas digitales, las narrativas del emprendimiento, incluso el diseño de las ciudades, promueven una idea clara: cuanto menos dependas de otros, mejor.
Hay culturas que crían a sus niños como seres que forman parte de la comunidad. Comunidad: una palabra que usamos con frecuencia cuando nos referimos a una agrupación, pero cuyo sentido profundo hemos olvidado. Significa compartir el bien común en todos los planos: material, emocional, simbólico. La comunidad no es solo pertenencia, es corresponsabilidad.
Pero este ideal tiene un coste. Al empujar hacia la independencia, debilitamos los hilos que sostienen la vida en común.
La interdependencia, esa red invisible que nos sostiene en lo cotidiano, se vuelve sospechosa, casi una muestra de debilidad. En lugar de formar parte de un tejido, nos convertimos en nodos aislados, conectados por algoritmos pero desconectados en lo humano.
En Fundament vemos este proceso con preocupación. Porque la coexistencia no es un estado natural, es una práctica cultural.
Se cuida, se construye, se cuestiona. Cuando la sociedad naturaliza la competencia y estigmatiza la vulnerabilidad, no solo excluye a quienes necesitan más cuidado, sino que empobrece las formas posibles de vivir juntos.
Si no atendemos a esta deriva, corremos el riesgo de normalizar el aislamiento como forma de vida. El yo optimizado sustituye al nosotros imperfecto. El bienestar se convierte en una tarea solitaria. Y el espacio público, físico, afectivo, simbólico, se desvanece.
Desde Fundament proponemos una mirada distinta. Reivindicamos la interdependencia como fuerza cultural. No hablamos de volver atrás ni de idealizar comunidades pasadas, sino de reconocer que lo común no es un accidente, es una construcción. Y si algo puede construirse, puede imaginarse de nuevo.
Este texto es el primero de una serie donde analizaremos cómo ciertas formas culturales, de pensar, de consumir, de diseñar, afectan a nuestra capacidad de coexistir. Porque antes de cambiar sistemas, necesitamos cambiar sentidos. Y para eso, primero hay que nombrarlos.