¿Y si pudiéramos ver el sistema? La opacidad diseñada

Nuestra vida está rodeada de artefactos, elementos, restricciones, órdenes, hechos, procesos, normas, códigos, algoritmos, protocolos, formularios, contratos, señales, indicadores, pantallas, interfaces, botones, etiquetas, sistemas de puntuación, criterios de selección, programaciones automáticas, decisiones preestablecidas, flujos predefinidos, jerarquías invisibles, filtros silenciosos, métricas ocultas, clasificaciones misteriosas, evaluaciones secretas, prioridades ajenas, lógicas impuestas, ritmos dictados, espacios configurados, tiempos regulados, accesos limitados, permisos condicionados, rutas trazadas, opciones restringidas, posibilidades predeterminadas…

Estamos rodeados de cajas negras que influyen en nuestra vida, las decisiones que tomamos y cómo interactuamos con otros o con nosotros mismos.

Nuestra sociedad, de la que formamos parte, nos está condicionando a convivir y vivir a base de estas reglas y normas. Es decir, vivimos todo esto.

Muchos de estos elementos están ordenados y aplicados por el sistema democrático en que vive la mayoría de los lectores. Esto es cuestionable, pero no es lo primero que resulta preocupante. Es la parte que nos está servida por empresas y proveedores que nos ofrecen sus productos. Desde qué vemos en el móvil, cómo nos orientamos, de qué hablamos, quién nos escucha, qué decisiones tomamos, el tamaño de nuestro coche, cómo criamos a nuestros hijos, y mucho más está decidido por entidades privadas que nos ofrecen sus productos y servicios, y todos ellos están en un mercado competitivo donde gana el que vende más.

En este juego, somos quienes pagan y consumen. Manipulados por la necesidad de venta. Se establecen hechos y reglas que vienen ocultos con cada publicidad que consumimos, con cada producto que compramos…

Pero aquí hay algo que se nos escapa: la opacidad diseñada no es un efecto secundario

Cuando no entendemos cómo funciona algo, dependemos de quien sí lo entiende. Cuando un sistema es inaccesible, perdemos la capacidad de cuestionarlo, modificarlo o imaginar alternativas. La opacidad convierte a los ciudadanos en usuarios, a los participantes en consumidores.

Pensemos en ejemplos cotidianos.

  • El algoritmo que decide qué contenido ves en redes sociales no es neutral: tiene criterios programados que responden a intereses comerciales.
  • El sistema de puntuación que determina si puedes acceder a un crédito opera con variables que desconoces.
  • La planificación urbana que transforma tu barrio se decide en despachos donde tu voz no llega.

En cada caso, alguien tiene el código, alguien conoce las reglas, alguien puede cambiar los parámetros. Y ese alguien no eres tú.

Esta invisibilidad no es técnica, es política. No se trata de que los sistemas sean demasiado complejos para entenderlos, sino de que se diseñan para ser inaccesibles. La complejidad es la excusa para la exclusión.

En Fundament vemos esta opacidad como un obstáculo fundamental para la coexistencia democrática.

Porque no puedes participar en aquello que no puedes ver. No puedes cuestionar lo que no entiendes. No puedes co-crear cuando tu papel se limita a elegir entre opciones predefinidas.

La transparencia no es solo una cuestión de información, es una condición para la agencia colectiva. Cuando los sistemas que nos afectan son legibles, cuando podemos ver sus lógicas y criterios, cuando entendemos quién decide qué y por qué, recuperamos la posibilidad de incidir en nuestro entorno.

Esto no significa que todos tengamos que convertirnos en programadores o urbanistas. Significa que los sistemas pueden diseñarse para ser comprensibles, participativos, modificables por quienes los habitan.

Existen ejemplos: presupuestos participativos donde los vecinos deciden en qué se invierte el dinero público, plataformas digitales que explican sus algoritmos, procesos administrativos que se simplifican y se hacen accesibles, espacios urbanos que se diseñan con la comunidad desde el principio.

La opacidad se presenta como inevitable, pero es una elección. Y si es una elección, puede cambiarse.

Debemos apostar por sistemas legibles, no porque todos tengamos que entenderlo todo, sino porque todos tenemos derecho a entender aquello que nos afecta.

Imaginemos un mundo donde los algoritmos que filtran la información fueran públicos y modificables. Donde las decisiones urbanas se tomaran con procesos transparentes y participativos. Donde los criterios de selección para ayudas, empleos o servicios fueran claros y justos.

No es una utopía tecnológica, es una cuestión de diseño democrático. Porque antes de diseñar sistemas, diseñamos la cultura que los hace posibles. Y esa cultura puede cambiar.

En el próximo artículo de esta serie exploraremos cómo la cultura del consumo nos reduce a usuarios pasivos, cuando podríamos ser co-creadores activos de nuestros entornos comunes.

Photo by János Venczák on Unsplash

Deja una respuesta